Historia de la belleza : la ley de la forma

La adecuación y estabilidad de las teorías están en el centro de la reflexión crítica de Eco, quien elabora sus tesis para estudiar objetos que también muestran su inestabilidad e indeterminación. El campo de las artes, un conjunto de prácticas humanas originalmente mucho más amplio de lo que se entiende hoy, es por tanto una importante referencia para su investigación a la que vuelve periódicamente.
A mediados del siglo XX las artes alcanzaron su máxima transformación. Mientras las teorías sobre las artes a menudo declaraban su estado de crisis, Eco prestó atención a varios fenómenos que fueron cruciales para su evolución: la renovación de la producción de formas, la incertidumbre y ambigüedad de los mensajes estéticos, la variabilidad interpretativa de la audiencia. Para abordar estos fenómenos, Eco mantiene la 'apertura' de la obra como principal referente. En primer lugar, Eco identifica dos relaciones esenciales: la que existe entre el artista y la obra, y la que existe entre el público y la obra. El artista intenta alcanzar diferentes objetivos con su obra, mientras que el público ofrece múltiples lecturas de la misma, captando algunas (o quizás muy pocas) de las primeras. De hecho, una de las primeras conclusiones a las que llega Eco es que los artistas apelan a la «autonomía de las perspectivas para el disfrute». Es decir, los artistas fomentan la apertura del disfrute que una audiencia podría tener de sus obras. Es pues evidente que en esta fase de su investigación, Eco se centra especialmente en la indagación de las poéticas, los programas de trabajo de los artistas, así como los recursos relativos al nivel de disfrute, y más concretamente, al acto de interpretación.
Este marco inicial del tema de la apertura revela un legado teórico que no podemos pasar por alto, a saber, la concepción de la forma que Pareyson desarrolló en su teoría estética. El modelo teórico de Pareyson ciertamente influyó en las reflexiones de Eco; sin embargo, Eco cuestiona esa concepción misma de la forma y le otorga un espacio particular en su investigación. HAGA CLIC EN ESTE ENLACE Y NAVEGUE EL RESUMEN DE LA HISTORIA DE LA BELLEZA

Para arrojar luz sobre estos aspectos, en primer lugar es importante esbozar los presupuestos primarios de la “teoría de la formatividad” de Pareyson, que no se orienta por principios como la intuición o la expresión, sino por los de invención y producción. Central a su teoría estética es la “actividad formativa” que determina la creación de una obra, es decir, la posibilidad performativa que anima la producción artística. Además de los aspectos técnicos e inventivos, Pareyson pone la forma en estrecha relación con el proceso de producción de la obra, considerando la forma como su resultado en un sentido muy particular: la obra es 'forma pura', en la que se coordinan múltiples elementos y organizado en virtud de su articulación interna, no sólo en relación al contenido o material, sino sobre todo, a su carácter dinámico. La obra es así el resultado de una actividad, la artística, que tiene su propia legitimidad en estar animada por el intento de inventar y organizar las formas según la poética de cada artista. Formar, por lo tanto, significa hacer. De hecho, su teoría examina la producción artística en su desenvolvimiento, ofreciendo una concepción de la obra de arte como una 'forma' que pone de manifiesto una 'manera de hacer arte'. El problema del valor de la obra está, pues, ligado tanto a su ser 'forma formada' como a su naturaleza de 'forma formadora'.
Según Pareyson, la estética opera en la filosofía en la intersección de la experiencia y la razón. A través de su teoría pretendía explicar el arte considerándolo como una práctica formativa y humana orientada por y para su forma. Precisamente por eso acuñó el concepto de «formatividad» para indicar una unión de invención y producción, una práctica «que en el hacer inventa 'el modo de hacer'». En otras palabras, la formatividad es el acto de formar que trae consigo el proceso de formación y, este es un aspecto crucial, que culmina en la producción de formas, es decir, de las obras de arte. Fruto de una actividad que tiene autonomía, ley propia, las obras tienen éxito cuando se definen por la forma misma que las hace bellas e interpretables.
Al respecto, Pareyson escribe que «la obra, cualquiera que sea la actividad que la complete, no puede tener éxito si no es una forma definida y coherente»; también aclara que:

el carácter de la forma es precisamente que se la puede contemplar, esa es su belleza, de modo que el mismo proceso de interpretación por el que llegamos a una apreciación moral o especulativa de una obra práctica o intelectual se refiere también a la verificación del carácter de la forma necesariamente posee, y por tanto a una apreciación estética.
En relación con estas tesis en la raíz de su teoría, es importante reconocer dos aspectos.

En primer lugar, Pareyson defiende su teoría estableciendo un vínculo entre belleza, forma e interpretación: la forma es concebible como un esquema metafísico que determina la apariencia de la obra y, por tanto, es constitutiva de su ser; la apreciación de la obra, es decir, la capacidad de reconocer la belleza, está influida por la forma pero siempre es producto de una interpretación.

En segundo lugar, elabora una explicación del arte a la luz de la relación entre pensamiento y moral, que sobre todo revela el papel de la interpretación por parte del artista. La actividad artística, para ser tal, requiere pensamiento y moral porque el acto de formar consiste en ambos. El pensamiento «está subordinado a la intención formativa y regulado por el criterio de la pura formatividad», y la moral -derivada de la personalidad del artista- es una decisión que determina un compromiso práctico. La obra de arte implica, por tanto, ambas cosas. Más precisamente, es posible gracias a «una manera personal de pensar y actuar, una interpretación específica de la realidad y una actitud particular ante la vida».

Enfatizar la relevancia del pensamiento y la moralidad para Pareyson significa colocar a la persona , es decir, al artista, en el centro de su teoría: las sensaciones, pensamientos y acciones de un artista informan y animan su actividad. Desde su punto de vista, en efecto, esta vitalidad tiene un rasgo peculiar: está necesariamente determinada por la forma. Así, Pareyson escribe que «el artista piensa, siente, ve, actúa a través de las formas», es decir, el artista imprime a la obra un espíritu o estilo particular y lo hace a través de actos de formatividad, es decir, estando inclinado a perseguir la forma y formar por formar.
La teoría de Pareyson se caracteriza, pues, por un vínculo profundo que establece entre persona y forma. Su idea de la obra revela este vínculo profundo: «la obra de arte adquiere entonces un carácter muy singular, porque es a la vez materia y espíritu, fisicalidad y personalidad, objeto e interioridad». De hecho, para que el arte exista, la forma necesita una materia que se define a través de la pura formación. En otras palabras, se requiere un material «para hacer existir la forma», en la medida en que, «una vez formado, debe presentarse como una forma pura, una forma que no es más que forma». Esta pureza se debe a la posibilidad autónoma que tiene la forma de definir la materia, de hacerla lo que es. Es material formado que tiene un contenido, la persona del artista en cuanto al carácter personal y espiritual del estilo del artista. Como él explica, «hacer una obra de arte significa sólo formar un material, y formarlo únicamente por formar; pero en el modo en que se forma está presente toda la espiritualidad del artista como energía formativa». Por lo tanto, la obra no se limita a expresar la persona del artista; más bien, según Pareyson, la obra « es , como un todo indivisible, la persona del artista que se ha convertido en un objeto material completo».
En su teoría, la forma es un elemento operativo que organiza la obra a través de su propia producción. Tiene dos características: por un lado, la forma se manifiesta a través del proceso de formación; por otra parte, determina sus propias leyes. Según Pareyson, la forma es inalterabilidad e invariabilidad ya que es definición, orden y coherencia. La forma es, en última instancia, la ley de la organización, tanto que la obra de arte es «adaptación a sí misma» simplemente porque encuentra su constitución en la forma. Esta última asume, pues, su carácter incontrovertible, que está determinado por la voluntad de quien la hace posible. El artista da cierta forma a la obra. Esto ocurre de cierta manera y no de otra porque no puede contradecir esa formulación. «Que la obra sea como debe ser y deba ser como es, se debe a que se formó de la única manera que pudo y debió hacerse».

Por lo tanto, la coherencia y la finalización exitosas de una obra dependen exactamente de la adherencia de la forma a sus propias reglas. A saber, su inmodificabilidad, su singularidad y la fijeza que determina. Pareyson explica esta condición con el concepto de «unitotalidad» [unitotalità], determinante para la integridad de la obra.

En la obra de arte, las partes tienen un doble tipo de relación: cada una con las otras y cada una con el todo. Todas las partes están conectadas entre sí en una unidad indisoluble, de modo que cada una es esencial e indispensable y tiene un lugar específico e insustituible, al punto que la falta disolvería la unidad y cualquier variación traería el desorden. Las partes, así conectadas y unidas , constituyen y perfilan el todo: la integridad de la obra resulta de la conexión de las partes entre sí.

La unitotalidad de la obra es el cumplimiento del proceso formativo, su conclusión en la forma que le da su propia ley de organización. Para obtener este resultado, el artista debe ante todo aprender a hacer arte oa imitar e interpretar un modelo performativo. El artista comienza a hacer esto repitiendo modelos y haciendo sus propias indicaciones que puede interpretar como ideas para hacer, como formas de operar.
Un último elemento que debe mencionarse para aclarar cómo la teoría de Pareyson influyó en la filosofía de Eco y sus tesis sobre la apertura de la obra de arte es el de la interpretación.

Pareyson confiere a la interpretación un papel clave para la producción de arte y para su recepción. Como «una especie de conocimiento exquisitamente activo y personal», la interpretación tiene un carácter productivo y formativo que, según Pareyson, es decisivo para el artista y para el público. La interpretación es receptividad y actividad. A través de ella una persona crea y conoce una forma. Por ello, el artista valora lo que pueden ser considerados guías interpretativas de su obra. La audiencia sabe principalmente por qué interpreta, es decir, por qué el objeto de su conocimiento 'resuena' para ellos después de haber estado 'sintonizado' con él. Esto es así, escribe Pareyson, porque la persona es también una forma y conoce otras formas sólo porque las interpreta.

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